Mi abuela materna solía decir que no hay corazón desocupado, refiriéndose a que todos tenemos en algún momento alguna aflicción. Durante estos meses me ha quedado claro que el embarazo y la maternidad es como una montaña rusa en la que puedes sentirte muy feliz, eufórico, divertido y entusiasmado pero también con náuseas, asustado, temblando y hasta gritando o llorando.
No puedo quejarme, en general he tenido un buen embarazo en comparación a las historias de terror que circulan por ahí y considerando las ideas catastróficas que tenía al respecto de esta etapa (por ejemplo y por la experiencia que había vivido hace algunos años, ya me figuraba que me pasaría la gran parte del embarazo encamada). Como todo en la vida, he tenido días muy buenos y felices y otros no tanto.
¡Que susto!
Hace una semana hemos pasado el primer susto como padres primerizos. Había tenido una semana agitada, llena de actividades y emociones, RRO y yo estábamos disfrutando de un momento a solas como pareja cuando un sangrado abundante se hizo presente. Sin entender que estaba sucediendo y tratando de mantener la calma salimos corriendo al servicio de urgencias médicas. Ya era tarde, llovía, los nervios nos jugaban una mala pasada y no lográbamos encontrar el hospital al que nos dirigíamos, RRO había olvidado su cartera y el celular y yo traía la batería baja en el mío.








