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Entiendo que hay tantas formas de ser padres como hijos hay en el mundo y sé que el tema de la educación siempre genera debates; por ello me gustaría preguntarle a los padres de familia: ¿saben lo importante que son las normas y los límites en la formación del carácter de su pequeño? ¿Se han preguntado también sobre la importancia de educar en un Estado de derecho, lo qué esto significa y los riesgos que corremos al vulnerarlo?

 

El hecho de marcar reglas y límites a los niños implica un gran esfuerzo por parte de los adultos encargados de su formación, quienes representan en la temprana infancia la autoridad de que los infantes reconocen y que posteriormente reconocerán en otras figuras como pueden ser sus maestros, la policía, otros adultos, las leyes… De aquí la importancia de ejercer con responsabilidad la autoridad en la educación de los hijos y la necesidad de ser claros al establecer normas y límites.

El niño necesita un “marco normativo” para ser feliz y sentirse seguro, que le permite relacionarse con su ambiente y con los otros en armonía. Del mismo modo, todas nuestras leyes tienen por objeto contribuir a la sana convivencia de unos con otros. Sin embargo, llegamos a ver niños infelices, otros que se muestran inseguros, berrinchudos, caprichosos, rebeldes, desconfiados, incluso crueles, ventajosos, abusivos con otros pequeños. Esos niños crecerán y se convertirán en adultos con estas y otras características que distan mucho de vivir la solidaridad.

En algunos casos, la educación en el hogar muestra la ausencia o la aplicación defectuosa de límites y reglas. Aquí unos ejemplos:

  1. Cuando el niño hace algo que no es correcto y no hay consecuencias negativas por su conducta, le estamos enseñando lo que es la impunidad.
  2. Cuando hay una norma o un límite y les dejamos que lo transgredan o les mostramos con nuestra conducta que se puede actuar fuera de ese margen les estamos enseñando lo que es ilegalidad.
  3. Cuando no aplicamos la misma sanción ante la misma conducta en el mismo niño o para sus hermanos o en el salón de clases con sus compañeros, le estamos enseñando lo que es la injusticia.
  4. Si a veces aplicamos la norma o el límite y a veces no, si las reglas cambian constantemente a nuestro capricho, les estamos enseñando lo que es la arbitrariedad.
  5. Si queda sin sancionar su conducta a cambio de un beso o un te quiero, les enseñamos lo que es la corrupción.

 

Yo pienso que todos, en algún campo de acción, tenemos algo de autoridad; no se trata solamente de proponer normas y hacerlas cumplir, también implica hacer que los demás las conozcan, las respeten y las acaten.

Hay que acabar con el pretexto del “porqué yo, si los otros no hacen”, o de actuar de acuerdo a la norma sólo si me sé observado o dejar de dar “mordidas” y esperar privilegios diciendo que “todos son unos corruptos”, usted deje de desconfiar y compórtese como una persona confiable, conozca sus derechos pero también sus obligaciones. Sobre todo, aplique el precepto universal de “ama a tu prójimo como a ti mismo”.

El riesgo de vulnerar el Estado de derecho, es el mismo que corren los niños cuando no viven con normas y límites claros: es educar para la infelicidad.

 

 

Publicado en la Revista Signo de los Tiempos, Año XXIII, No. 173, diciembre de 2007, pag.10.

Siempre he creído que la libertad es la capacidad que tenemos para escoger el camino y nuestras acciones. Algunos escogen un camino que les lleva a estar entre cuatro paredes donde no hay mucho que decidir o escoger. Al momento de escribir las siguientes líneas viene a mí un recuerdo, una nota publicada en los medios y una inquietud que me gustaría compartir contigo.

El proceso electoral mexicano del 2006 ha sido rico en experiencias y en lecciones que trascienden el ámbito político: nos dan señales respecto a quiénes somos y cómo está el país en estos momentos.

Después de los comicios acaecidos el dos de julio del presente año, diversas voces han alertado sobre el fenómeno de la polarización social y advierten sobre diversos escenarios, entre los que se encuentran aquellos donde el descontento y la violencia prevalecen. Seguramente usted habrá escuchado algún comentario o anécdota que habla de personas enfrentándose entre sí por la defensa de sus ideas, de su partido o de aquello que consideran correcto. Ante este panorama es necesaria una profunda reflexión.

Los mexicanos somos diversos en todos los aspectos que conforman nuestro ser social; la realidad económica, política y cultural da elementos para diferenciarnos aún más. La polarización social tiene sus raíces en las diferencias que logran expresarse y agruparse, así como oponerse ante aquello que no se reconoce como igual. Ante la falta de reconocimiento del otro o de lo otro pueden plantearse múltiples reacciones y acciones, entre las que históricamente podemos encontrar la exclusión, la marginación, la degradación, la violencia e incluso el exterminio.

¿Conoce la trillada frase “los niños  y los jóvenes son el futuro de México”? ¿Considera que las acciones en el tiempo presente son factores que influyen en un momento futuro? Permítame presentarle algunas cifras sobre el presente de los niños y los jóvenes mexicanos.

Nuestro país cuenta con 20 millones de personas de entre diez y 20 años. Actualmente, 15 de cada cien jóvenes viven con carencias económicas que los mueven a buscar trabajo cuando cumplen 16 años y los convierte, a la mayoría de ellos, en pieza fundamental en la economía familiar. Esta condición también los hará desertar de la escuela limitando en un futuro la oportunidad de conseguir un empleo mejor remunerado, y es muy probable, al paso de los años, encontrar a estos jóvenes (17 de cada cien) migrando a Estados Unidos con la esperanza de una “vida mejor”.

La familia desde su origen ha sido pilar fundamental de la sociedad y elemento indispensable en su transformación; se le ha estudiado, utilizado como bandera, discurso, elemento de análisis, sujeto de investigación y objeto de programas que han intentado consolidarla, modificarla y entenderla en aras de mejorar a la sociedad en donde se encuentra inmersa. Sin embargo, las familias tienen su propia dinámica más allá de lo que las investigaciones y análisis puedan reflejar. Es a partir de la familia que la sociedad se transforma y se generan cambios en las interrelaciones humanas en todos los niveles.

 

La familia mexicana, que durante muchos años presumió de ser sólida y con principios envidiables casi a nivel mundial, no estuvo exenta de cambiar desde su estructura hasta sus problemáticas. Frente a la familia de “comercial” o “tradicional” en el cual están papá, mamá (casados por todas las de la ley) los hijos y algún otro pariente de la familia extensa como los abuelos, tíos o primos, en los cuales la comunicación, el amor y el respeto son valores que nutren y dirigen sus relaciones, encontramos a otras familias, constituidas de forma diferente, algunas de ellas con características negativas, destructivas o “secretos de familia” que afectan no sólo la intimidad del hogar, sino a la sociedad en su conjunto.

Frente a la “familia feliz mexicana” nos encontramos con una realidad que nos dice que está disminuyendo cada vez más el número de matrimonios y se está elevando el número de divorcios; que existe un 25% de hogares encabezados por mujeres quienes por diversas razones se encargan de proveer los recursos económicos necesarios (con un ingreso promedio mensual de seis mil 900 pesos) para sus hijos, quienes además atienden el hogar y se hacen cargo de la crianza, con todas las repercusiones que esto pueda generar tanto para la mujer como para los hijos.

Todos los días coexisten familias desintegradas donde prevalece la violencia, el maltrato infantil, el abandono, los vicios, la drogadicción, la falta de oportunidades, los embarazos adolescentes y algunos otros “secretos” que se disfrazan en muchas ocasiones con un poco de maquillaje y con “accidentes”, pero que no logran ocultar una realidad que impacta y merma el desempeño de cada uno de sus miembros en sus actividades cotidianas.

De acuerdo con la Comisión Nacional de Derechos Humanos, una de cada dos mujeres que muere por homicidio, es asesinada por su marido, el novio o por algún varón que fue su pareja; la violencia de pareja afecta a casi 50% de las mexicanas de entre 15 y 40 años de edad y alrededor de 25 millones de mujeres han sufrido algún tipo de violencia en su vida; independiente de estas cifras es indudable y preocupante darse cuenta que esto es el pan del día a día y que se vive o se habla de ello con cierta “naturalidad”.

Es evidente que la familia mexicana necesita apoyo para enfrentarse a todo esto. Es necesario quitarse la venda, dejar de “hacer oídos sordos”, pasar del discurso de “lo que las familias necesitan” o aquello de que algunos asuntos sólo competen al ámbito privado o aún más, eso de que “la ropa sucia se lava en casa” y pasar a la acción. Es urgente consolidar estrategias para fortalecer este núcleo tan importante. Es prioritario consolidar a la familia como el espacio fundamental para el desarrollo armónico e integral del individuo de acuerdo al mensaje de su Santidad Benedicto XVI, al ser la familia la primera e insustituible educadora para la paz, es intolerable la violencia que se comete dentro de ella. Rescatar el “lenguaje familiar” amoroso y de paz es indispensable si pensamos en la construcción de una sociedad más digna y solidaria.

Publicado en Revista Signo de los Tiempos, Año XXIV, n.177, abril de 2008, pag. 10.

En México comenzamos un nuevo sexenio en el que no hay “borrón y cuenta nueva”, sino cuentas pendientes, -prioridades de la nación- con intereses moratorios bastante atrasados, -retrasos en el desarrollo –y acreedores, -ciudadanos – poco dispuestos a seguir soportando más demoras.

¿Se ha fijado que las primeras acciones del nuevo gobierno establecieron como prioridades el combate a la inseguridad, el desempleo y el manejo de los recursos? Sin duda son aspectos de primerísima importancia pero no son precisamente los retos fundamentales de nuestro país. Debemos empezar por distinguir entre lo urgente y lo importante, ya que de no hacerlo corremos el riesgo de convertirnos en espectadores de impactos mediáticos y beneficiarios de estrategias desarticuladas con mínimos resultados a largo plazo, dejando nuestra responsabilidad ciudadana en el olvido.

El noviazgo es la relación exclusiva entre dos personas, con probabilidad de que termine en matrimonio. Hay muchos tipos de noviazgos, cada uno es distinto. Pero, ¿para qué sirve el noviazgo?

El noviazgo sirve para conocerse, uno mismo y al otro. Aspecto fundamental, ya que no se puede amar lo que no se conoce. Sirve como experiencia de aprendizaje al ensayar formas de comunicación y de expresión del amor. En el noviazgo se sientan precedentes de la relación matrimonial, por eso es importante establecer reglas claras, de respeto, de comunicación, de confianza, de principios y valores compartidos, pero sobre todo tener muy claro que constantemente nos enfrentaremos al conflicto.

El conflicto puede provenir de las expectativas, creencias o necesidades de cada persona involucrada en la pareja; el noviazgo permite aprender la manera de resolver estas diferencias, con éxito y en otras ocasiones de manera negativa. Lo importante es destacar que el conflicto es natural en las relaciones de pareja, hay que estar atentos para no caer en contradicciones con nosotros mismos con tal de resolver los problemas, hay que ver un foco rojo si en la relación observamos conductas nocivas.

Nueve de cada diez mujeres en la actualidad viven violencia en sus relaciones amorosas, heredada en gran parte del modelo de amor, sumisión y dolor de los patrones sociales dictados por una cultura machista, coincidieron especialistas que analizaron la violencia en el noviazgo durante un programa radiofónico reciente.

“Érase una vez, en un lugar muy pero muy lejano, una princesa que soñaba conocer a su príncipe azul, aquel que con sólo amarla le daría la dicha eterna. Y sucedió un día que estando en una fiesta de palacio conoció a un príncipe encantador. Enamorándose a primera vista se casaron al poco tiempo y sellando su unión con un beso de amor, vivieron felices para siempre.” ¿Le suena conocido el relato anterior? Desde muy pequeños hemos escuchado esta fantasía sobre el amor y el matrimonio, sin embargo la realidad nos ha mostrado que existe algo más allá del “vivieron felices para siempre”.

La violencia en el matrimonio ha sido el secreto a voces durante mucho tiempo y la causa de muerte de mujeres y niños bajo el argumento de “él es mi marido y me puede hacer lo que quiera” o “porque es un asunto que sólo compete a los involucrados”.

La violencia en el seno conyugal en ocasiones no se evidencia por heridas físicas, sino con actos sutiles difíciles de reconocer o percibir. El maltrato se puede manifestar de manera física, psicológica y/o sexual, y sus manifestaciones varían en frecuencia y severidad. Las agresiones dentro de la pareja disminuyen la autoestima y la imagen de la persona agredida, generan culpa e incapacidad de respuesta ante el agresor. Aquí es importante decir que el problema es de la pareja, no del victimario o de la víctima, no existen culpables, sino una dinámica de pareja establecida en un concepto equivocado del amor.

¿Cómo detectar si se encuentra en una relación violenta?

Imagine la escena: es tres de julio del 2006 por la noche, está usted sentado cómodamente viendo el televisor esperando conocer los últimos resultados de los comicios acaecidos del día anterior, se observa una mesa de análisis preparada por un medio con analistas que intentan desenmarañar el proceso electoral y en ese momento hacen una pausa para indicar los datos del último conteo, “el candidato del partido X va a la cabeza con tal porcentaje de votación…”. Usted se pone contento o triste dependiendo de por quién haya votado, apaga el televisor y se va a dormir. ¡Pero espere, no se vaya a dormir todavía! Antes de ello haga la siguiente reflexión.

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