Nueve de cada diez mujeres en la actualidad viven violencia en sus relaciones amorosas, heredada en gran parte del modelo de amor, sumisión y dolor de los patrones sociales dictados por una cultura machista, coincidieron especialistas que analizaron la violencia en el noviazgo durante un programa radiofónico reciente.
“Érase una vez, en un lugar muy pero muy lejano, una princesa que soñaba conocer a su príncipe azul, aquel que con sólo amarla le daría la dicha eterna. Y sucedió un día que estando en una fiesta de palacio conoció a un príncipe encantador. Enamorándose a primera vista se casaron al poco tiempo y sellando su unión con un beso de amor, vivieron felices para siempre.” ¿Le suena conocido el relato anterior? Desde muy pequeños hemos escuchado esta fantasía sobre el amor y el matrimonio, sin embargo la realidad nos ha mostrado que existe algo más allá del “vivieron felices para siempre”.
La violencia en el matrimonio ha sido el secreto a voces durante mucho tiempo y la causa de muerte de mujeres y niños bajo el argumento de “él es mi marido y me puede hacer lo que quiera” o “porque es un asunto que sólo compete a los involucrados”.
La violencia en el seno conyugal en ocasiones no se evidencia por heridas físicas, sino con actos sutiles difíciles de reconocer o percibir. El maltrato se puede manifestar de manera física, psicológica y/o sexual, y sus manifestaciones varían en frecuencia y severidad. Las agresiones dentro de la pareja disminuyen la autoestima y la imagen de la persona agredida, generan culpa e incapacidad de respuesta ante el agresor. Aquí es importante decir que el problema es de la pareja, no del victimario o de la víctima, no existen culpables, sino una dinámica de pareja establecida en un concepto equivocado del amor.
¿Cómo detectar si se encuentra en una relación violenta?
Existen varios síntomas, entre ellos: el incremento de problemas de salud física y mental, sentir miedo, minimizar la situación de abuso, aislarse, pensar que nada se puede hacer ante la agresión, considerarse culpable de las agresiones, confusión en el afecto del agresor –amor y odio-, pensar que fue la última golpiza y que va a cambiar, consumir drogas, alcohol o tranquilizantes, celos exagerados…
También se puede reconocer porque se vive en un ciclo de violencia: una fase violenta –de agresión y maltrato- seguida de una temporada de luna de miel donde el agresor se disculpa a través de regalos, actitudes positivas y la promesa de no volver a agredir, el aumento en la tensión en la que se vive, miedo, amenazas y aislamiento, y nuevamente la fase violenta de agresión.
El ciclo de violencia es repetitivo y se agrava con el tiempo. La agresión es desencadenada por una actitud, una conducta o una palabra interpretada por el agresor como una amenaza a su autoridad o autoestima, y la reacción violenta es una forma de mantener el control o recuperar el poder. Debemos empezar a reconocer a la violencia en el matrimonio como un problema significativo, que afecta no sólo a la pareja involucrada, sino que va más allá lastimando a la sociedad. Es imperativo reconocer que NADA la justifica, que ésta le quita la dignidad al ser humano, lastima lo más preciado que nos ha otorgado el Creador: la vida, y va en contra de la santidad del matrimonio.
Publicado en revista Signo de los Tiempos, Año XXIII, No. 165, abril de 2007.