Escrito por

Déborah Buiza G.

Browsing

Aún no acaba noviembre y por todos lados se anuncian las fiestas decembrinas. Todos se preparan para celebrar, todo es celebración… un momento, ¿todo es celebración? ¿todos celebramos? En realidad, no todos, se sabe que los últimos meses del año son especialmente difíciles para algunas personas y la prevalencia de depresión y suicidio aumenta en los meses de diciembre y enero.

Razones para no celebrar hay muchas: podemos hacer un recuento de nuestras tristezas, agregar los “fracasos”, las expectativas no alcanzadas, los sueños rotos, las relaciones perdidas, las decepciones, sumar las frustraciones de toda una vida, los objetivos a medio camino, las decisiones “equivocadas”, los que ya no están, los que no han llegado, recorrer los centros comerciales y los muros del facebook de la gente que “si es exitosa”, sumergirnos en los medios de comunicación y empaparnos de toda la injusticia, inequidad, desigualdad, pobreza, enfermedad y demás linduras de nuestro mundo actual.

Caminar del lado de la banqueta del “no tengo”, “no puedo”, “no lo logré”, “no pudo ser”, “debería ser diferente” y de pronto te encuentras más frustrado, enojado, decepcionado, desilusionado, desencantado… sentimientos difíciles de remontar cuando se arremolinan y se estacionan por largo tiempo.

Tal vez no hay mucho que celebrar, pero ¿para no estar agradecido?

Hay momentos en la vida en los que es necesario dar un “extra”: en el trabajo, cuando hay más horas y días de lo “habitual” por el nivel de responsabilidad del puesto que ocupas, o por el tipo de proyecto en el que estás a cargo, o porque estás tratando de conseguir un ascenso; en la famosa doble jornada de trabajo “casa-oficina”; al acudir a compromisos sociales a pesar del cansancio y otras condiciones adversas; al tratar de desempeñar varios roles al mismo tiempo (mamá/papá + pareja + hijo (a) + amigo + empleado +estudiante + …); la enfermedad de algún miembro de la familia; el inicio o cierre de un proyecto o un ciclo personal o laboral, etc. A veces, hay otras circunstancias (o personas) que no lo ameritan pero ahí estamos, dando el “extra”.

Hay metas, sueños, objetivos, proyectos, relaciones, momentos que valen el esfuerzo, que valen todo el “extra” de empeño, tiempo, dedicación, disciplina y energía que podamos invertir en ellos, porque al final es eso, una inversión personal, lo que significa que tarde o temprano redundará en nosotros aquello que hayamos puesto o lo que hayamos hecho.

Pero ¿qué sucede cuando sentimos que estamos dando de más sin recompensa, sin ver cambios? ¿Qué sucede cuando damos el “extra” y surge en nosotros esa sensación de frustración, agotamiento, insuficiencia, desencanto o nos sentimos como si hubiéramos sido estafados? ¿Qué sucede después de dar el “extra” que nos encontramos malhumorados, rezongando y quejándonos de que nadie valora lo que hacemos o nuestro esfuerzo? ¿Será que estábamos esperando recompensa, aplauso o reconocimiento del exterior?

Sería interesante que en el momento en que nos encontremos exigiéndole al exterior el reconocimiento por el “extra” que damos nos preguntáramos ¿para qué damos el “extra”?, ¿quién nos lo ha pedido?, ¿qué pasaría si no lo damos?, ¿por qué es tan importante que te aplaudan o te agradezcan ese “extra” en lo que haces? Siéntate un momento, se sincero con las respuestas y escucha las necesidades verdaderas detrás de ello.

Hay momentos en el día en el que se extraña la compañía de aquellos que ya no están. Los domingos por la tarde, al despertar, cuando haces el súper o preparas comida para una persona, en los eventos importantes y trascendentes, en las fechas significativas que eran compartidas, en las actividades cotidianas y simples, la realidad te golpea y te das cuenta que donde eran dos, ya sólo hay uno.

Hay otros momentos en los que se extraña al que no ha llegado. Cuando miras a tu alrededor y parece que todo mundo está felizmente en pareja, los miras besándose apasionadamente en la calle y caminando tomados de la mano, los miras en los eventos sociales, en los “muros” de tus amistades, parece que la felicidad está en hacer pareja y familia, la realidad te golpea y te das cuenta que sólo eres uno.

A ratos no sientes la soledad y te entretienes bien entre el trabajo y las ocupaciones diarias (hay quien se incluye en mil actividades para no sentirla), sin embargo hay un punto en el que te das cuenta que las cosas no son cómo a ti te gustaría, que preferirías que esa persona estuviera contigo, que desearías estar un poco más acompañado y entonces se puede empezar a filtrar la tristeza, el desánimo, la sensación de desamparo, etc.

¿Qué hacer? No hay recetas, ni mejores, ni únicas formas, pero de principio te propongo trabajar en lo siguiente:

En un día cualquiera o en un día especial, en buen momento o mal momento ¡Zaz! El comentario desafortunado, ese que proviene de personas especiales o de cualquiera, que con tan buen tino aciertan a tocar aquellos puntos que son importantes para ti, aquello que te es vital, o en lo que no has reparado, no has querido fijarte, en heridas aún abiertas o en temas sin resolver.

A veces sin previo aviso, otras acompañados de un “perdona que te lo diga, pero te lo tengo que decir…” o “con todo respeto… “ nos quitan la sonrisa del rostro, nos dejan un mal sabor de boca, nos hacen pasar un mal momento y desear que la tierra nos trague y a veces (si lo permitimos) puede arruinarnos todo el día o marcarnos para siempre y determinar nuestras decisiones futuras. No por nada se dice que las palabras tienen poder, para construir o destruir.

A veces son comentarios superficiales y frívolos sin “intención” de hacer daño, a veces van cargados de burla, ironía y mala intención, pero en ambos casos resultan tóxicos y si no estamos bien parados pueden causar bastantes estragos, en nosotros y en la relación que tenemos con la persona que realizó el comentario.

El saber decir como el saber callar es una habilidad que se desarrolla con el tiempo, o no.

Un día nublado te levantas con el pie izquierdo, te das cuenta que el despertador no sonó a la hora de siempre y llegarás tarde, te acuerdas de todos los pendientes que tienes (los de la oficina, la familia, con la vida, contigo mismo), en estado de frustración, tristeza y sin agua caliente porque se acabó el gas, te pones lo más feo y viejo del guardarropa, total, para que arreglarse si la vida insiste en darte su peor cara, sin tiempo sales de casa sin desayunar… imagina con ese inicio como seguiría el día, tal vez al regresar hubieras preferido mejor quedarte en cama.

En algún momento del día uno puede poner una pausa y decidir. Decidir crecer con las circunstancias y a pesar de ellas. Decidir no nublarte a pesar de que afuera este cayendo la tormenta. Decidir sacar tus mejores armas y herramientas para resolver lo que se te ponga enfrente y si no las tienes, decir buscarlas, construirlas y aplicarlas.

Si estas teniendo un mal día, un mal momento o una circunstancia difícil, pregúntate ¿Qué podría hacer para mejorar esta situación? ¿Qué me hace sentir mejor? A veces es inevitable caer en el pozo pero sí permanecer demasiado tiempo en él, ¿qué estás haciendo para permanecer en ese hoyo? A veces, ni siquiera estamos atrapados ni atorados, simplemente no hemos abierto los ojos para ver el camino que tenemos delante.

Haz todo lo que tengas que hacer por estar bien, por tener un buen día, por construir oportunidades de mejora continuamente, incluso si eso implica dejar de lado tu parte tóxica, el pesimismo, el miedo, las heridas de infancia, las frustraciones, las decepciones y los espacios de confort. Hay días fabulosos que llegan solos y son como una bendición pero no siempre es así y está en uno el construir espacios y momentos de bienestar a pesar de todo.

Construye en tu día a día lo que quieras para ti, recuerda, mereces lo bueno, pero tienes que hacerlo, tienes que procurártelo, nadie va a venir a hacerlo por ti. Busca en tu interior, o en los ejemplos de personas a las que admires, investiga, no te quedes limitado por tus creencias, tu formación profesional o la educación familiar.

Cuando tienes un buen día o un mal día hay algo en común …¡tú! Así que puedes hacer la diferencia en tu vida, empezando por hoy.

Cuando uno enferma lo mejor es ir al especialista y seguir las instrucciones para recuperar la salud, pero cuando uno anda relativamente “sano” (ya se sabe aquello de “no hay corazón desocupado”) y la vida transcurre en el ritmo de lo cotidiano es importante darnos tiempo para procurarnos bienestar y alimentar nuestro corazón, nuestra mente y nuestro espíritu, así, si llegan tiempos complicados nos encontrarán fortalecidos.

¿Te has dado cuenta que para celebrar a alguien muy querido organizamos un sinfín de actividades para agasajarlo y podemos pasar días y días buscando el mejor regalo? Y tratándose de ti, ¿cómo celebras que estás vivo?, ¿qué tipo de regalos te das?, ¿cómo te consientes?, ¿cómo te procuras bienestar?, ¿cómo recargas las pilas después de un día ajetreado o de una semana intensa? Y no me refiero a esperar a que sea el cumpleaños o ser consentidores al extremo al punto de malcriarnos, se trata de lo que hacemos para estar bien, y aún más, para estar mejor.

De ti para ti, ¿qué te regalarías?

Pin It