Aún no acaba noviembre y por todos lados se anuncian las fiestas decembrinas. Todos se preparan para celebrar, todo es celebración… un momento, ¿todo es celebración? ¿todos celebramos? En realidad, no todos, se sabe que los últimos meses del año son especialmente difíciles para algunas personas y la prevalencia de depresión y suicidio aumenta en los meses de diciembre y enero.
Razones para no celebrar hay muchas: podemos hacer un recuento de nuestras tristezas, agregar los “fracasos”, las expectativas no alcanzadas, los sueños rotos, las relaciones perdidas, las decepciones, sumar las frustraciones de toda una vida, los objetivos a medio camino, las decisiones “equivocadas”, los que ya no están, los que no han llegado, recorrer los centros comerciales y los muros del facebook de la gente que “si es exitosa”, sumergirnos en los medios de comunicación y empaparnos de toda la injusticia, inequidad, desigualdad, pobreza, enfermedad y demás linduras de nuestro mundo actual.
Caminar del lado de la banqueta del “no tengo”, “no puedo”, “no lo logré”, “no pudo ser”, “debería ser diferente” y de pronto te encuentras más frustrado, enojado, decepcionado, desilusionado, desencantado… sentimientos difíciles de remontar cuando se arremolinan y se estacionan por largo tiempo.
Tal vez no hay mucho que celebrar, pero ¿para no estar agradecido?




