¡Ah, los pañales! Artículo de primera necesidad cuando tienes a un bebé en casa y que antes de su llegada ni te habrías imaginado el sinfín de situaciones que rodean algo tan simple como su cambio.

Seguro en algún “babyshower” se hace un juego en el que están involucrados y puede uno reír ante lo cómico de las situaciones que nunca se parecerán a la vida real, entonces no sabes lo que te espera: cambios de pañal cada dos o tres horas (so pena de tener que cambiar al pequeño de manera completa por alguna fuga, aunque realizar el cambio en corto tiempo tampoco garantiza que no se tenga que realizar un cambio completo); cambios de pañal en los lugares más inverosímiles y horarios más extraños; cambios de ropa no sólo del bebé sino tuyos también y algunos accidentes que implicaran una limpieza un poco más profunda.

Después de algunos meses casi es posible hacer un cambio de pañal con los ojos cerrados o medio dormida, hablando por teléfono, cargando bolsa y pañalera, resolviendo algún otro asunto y a una velocidad que dejaría perplejo a casi cualquiera.

En una ocasión una amiga que me visitó con motivo de la llegada de mi pequeño, y quien es madre de un adorable niño, me pidió un espacio para cambiarle el pañal y me permitió observarla mientras lo hacía, a mi me pareció que lo hacía con tanta facilidad, rapidez y eficiencia que pensé para mis adentros “ojalá algún día pueda ser así” pero no sólo eso, su pequeño cooperaba con el cambio lo que facilitaba la tarea, y pensé “ojalá Emiliano también me ayude con sus cambios de pañal y estamos del otro lado”. Se veía fácil y sentí una cierta tranquilidad que he perdido en los últimos días.

Algo sucedió, (aunque ya estoy creyendo que esto de ser madre es así, en el momento que logras alguna habilidad o medio dominas algún tema maternal un nuevo reto aparece) y ahora el cambio de pañal se ha vuelto una guerra campal.

Antes me tomaba poco tiempo cambiarlo y resultaba una actividad simple y rutinaria pero ahora casi me cuesta el rostro y el hígado. El pequeño ahora se resiste a ser cambiado, grita, patalea, llora, trata de escaparse y se escapa cada que puede, ni acostado ni parado se puede con él, me sorprende la fuerza que tiene en su pequeño cuerpo que se resiste a ser despojado del pañal.

Lo he intentado todo: anticiparme, explicarle, hacerle una cancioncilla, llevarle juguetes, ponerle la televisión, hablarle dulcemente, hablarle firmemente, no hablarle, hacerlo lo más rápido posible, lo más lento posible, pedirle permiso, etc., etc., etc., la última vez, después de un descontón que me dió con sus pequeños pies y en el momento en el que se estaban poniendo muy intensas las cosas entre él y yo, mi marido corrió en mi auxilio, ¿cómo es posible que se necesiten dos personas para cambiar a un crío? No lo entiendo.

¿Qué le sucede? No lo sé. Le cuento a mi mamá y apenada me dice “hay hija, ¿qué te digo?”. Sospecho que tal vez en algún momento ella también lucho conmigo por un cambio de pañal sólo que no lo dice.

Lo comparto con otras mamás y al parecer es “normal”, es una “etapa”, muchos han pasado por momentos así. Investigo un poco y sí, parece que así es el asunto.

Ojalá alguien me hubiera dicho que las cosas son así, que hay días que cambiarlos es casi de comercial (él sonríe y tú también en un bello momento compartido entre madre e hijo propiciado por el cambio de un pañal sucio), pero que también hay días en que un simple cambio de pañal es una guerra campal, en donde el pañal acaba en la basura y la frustración sale a flote, en donde más valdría hacerse de paciencia y esperar que pase esa “etapa”, en el que hay que respirar (no muy profundo porque el pequeño no come rosas), resistir y desear que el próximo cambio salga un poco mejor.

Aunque, tal vez, si me lo hubieran dicho, no lo hubiera creído.

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Cambio de pañal, guerra campal.

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