Todos tienen una opinión y está es la mía. Sin pretensiones, en realidad bastante simple y simplista, muy (pero muy) lejos del análisis político y social del experto en el tema.
En estos últimos días tan colmados de tristeza, indignación, dolor y enojo, he escuchado algunas voces diciendo que los culpables o responsables de la situación en el país son las instituciones que se han corrompido e incluso el Estado. Tal vez aprendí mal en la escuela (y aclaro que ni mis profesores ni la escuela en la que estudie tienen la culpa) pero las instituciones y el Estado están conformados por personas, me parece que responsabilizar al gran ente de las “Instituciones” y el “Estado” es aventar lejos de nosotros y de las personas con nombre y apellido los actos que tienen a nuestro país lejos del bienestar y la tranquilidad que todos nos merecemos.
Son las personas quienes se corrompen, ambicionan desmedidamente y se pervierten. Son las personas quienes han aprendido a torcer la ley y las circunstancias en su beneficio sin importar las consecuencias ni el daño a terceros.
Por poner un ejemplo, yo no diría que son las instituciones de salud las responsables de los malos momentos que he pasado en ellas, son personas con nombre y apellido quienes me trataron sin respetar mis derechos como paciente ni como persona y cuya ética dejó mucho que desear, desde el lugar en que lo miro, su actuación fue una decisión personal, porque más allá de las circunstancias, en la gran mayoría de los casos, uno puede elegir como comportarse y qué tipo de persona (y profesionista) ser.
Son personas con nombre y apellido quienes transgreden las leyes y los derechos humanos, quienes piensan que “el que no transa no avanza” y entonces sin importar a quien pisan en el camino “avanzan”.
Están registrados, tienen un padre y una madre, quienes toman lo que no es suyo, quien hace “negocios” ilegales, quienes hablan mal de los demás y boicotean su trabajo, quienes no miran en el otro a una persona a la que hay que tratar como tal (en todo momento). Son las personas cuya soberbia, prepotencia, autoritarismo y egoísmo van cometiendo actos en contra de las personas con quienes se relacionan.
Son personas con nombre y apellido a quienes no les importa el cuidado del medio ambiente, la responsabilidad social, la buena alimentación, el consumo inteligente. Son personas quienes discriminan, violentan y vulneran a otras.
Tal vez ya hemos justificado demasiado a estas personas y sus actos a través de miles de análisis y argumentos que explican el porqué son así y porque se comportan así. Tal vez sea momento de hacer algo para poner un alto y reparar los daños.
¿Quién hará algo?
A lo que voy es que cada quien tiene que asumir la responsabilidad de quién es y de sus actos, en el lugar en el que esté y lo que sea que esté haciendo, de manera cotidiana y constante, asumir que su aportación al mundo si puede hacer una diferencia y por ello buscar ser la mejor persona que pueda llegar a ser.
He estado pensando respecto al tipo de personas que harían la diferencia, afortunadamente conozco a muchas que me permiten seguir esperanzada en que todo puede ser mejor y que esto es un bache (aunque parece muy profundo). He pensado que además de personas con principios, ética y respeto por los derechos de los demás, tal vez se necesiten personas con vergüenza, con temor (a Dios, a los hombres, a la ley, al karma), con un corazón tan grande que duela cada que haga daño al otro y con una conciencia que no lo deje tranquilo ni lo deje dormir cada que actué mal y no lo suelte hasta que repare el daño.
Tal vez, se necesitan más personas como tú.